jueves, 21 de mayo de 2009

sobre técnicas de reproducción asistida


Novedades actuales, ¿bebés a la carta?. ¿Tecnicismo versus natura?

Hoy día hay muchas posibilidades de tener hijos. Se desconocen las consecuencias a largo plazo de tanto abuso de la tecnología, pero estan ahí y se han de conocer.

Existen, como señala Manuel Redón (presentación en el curso de prevención Es.Te.R.), nuevas formas de parentesco, diferentes maneras de ser padres-madres: portadores, biológicos, genéticos y sociales. Porque hay donantes de semen, úteros de alquiler, padres que adoptan, inseminaciones artificiales, y ahora, cada vez más introducido como posibilidad real, hijos “a la carta”. Se puede elegir el sexo, el color de ojos, el pelo... El desarrollo tecnológico parece no tener fin.

Sí, mucho se habla de la tecnología, de sus magníficas posibilidades, puede que quedemos fascinados por ello, pero poco se dice sobre los sentimientos y la elaboración de los mismos. Poco, poquísimo se utiliza una palabra que parece que no queremos oir, que no queremos aceptar: el límite.

No tenemos límites, no los queremos conocer, ni saber nada de ello. Todo es posible, y si no lo es ahora, pronto lo será. Una mujer desea ser madre tras la manopausia, otra desea tener hijos a partir del semen congelado de su marido muerto, hay padres que quieren que su primer hijo sea varón. “Lo quiero, lo quiero, lo quiero...¡Pues hagamos lo posible para que sea!”

¿Lo queremos?, ¿qué queremos?. Tal como señala Manuel Redon, es importante, crucial, parar un poco, no vayamos tan de prisa. Cuando nos planteamos la maternidad-paternidad, sobre todo en casos como los arriba señalados, necesitamos un tiempo para reflexionar y elaborar aspectos emocionales para conocernos mejor, saber qué queremos en realidad. Necesitamos una labor de trabajo personal para hacer las cosas lo mejor posible.

Mirémonos internamente. En estas situaciones especiales de maternidad-paternidad, podemos sentir vergüenza, baja autoestima, tristeza, deuda con la pareja... Es importante enfrentarse a ello cara a cara y no taparlo con huídas hacia delante ni narcisismos. ¿Qué función va a cumplir para nosotros el hijo, el embarazo?, ¿nos vamos a sentir realizados?, ¿lo queremos porque va a ser algo nuestro?, ¿es venganza hacia una anterior relación?... Hay tanto ahí escondido. No es tan raro, simplemente son aspectos que se tapan.

Un hijo o hija, sea como sea que lo tengamos, no tiene por qué venir para tapar carencias nuestras, sería darle ya nada más entrar en nuestras vidas, una mochila que no le pertenece. Es una carga muy grande para una pequeña criatura. Qué mejor, como señala María Montero-Ríos, que saber que te tuvieron por el placer de tenerte. Sin más.
Lo que destacaríamos como idea base de todo esto es que la maternidad-paternidad, es un camino que se va haciendo, que nos vamos relacionando con el otro, nuestro hijo, y debemos aceptar su individualidad por encima de todo, ya sea que lleve nuestros genes como que no. El hijo idal no existe más que en los padres. No inventemos, el hijo real es el que tenemos delante, con sus propias necesidades, sus diferencias que lo hacen único. No es lo que quisiéramos, es lo que es. La vía del respeto es el único camino, el deseo de “querer por encima de todo, su bien, sin renunciar al nuestro”, de nuevo en palabras de Manuel Redon.

miércoles, 20 de mayo de 2009

cómo vamos creciendo


Observamos a nuestros pequeños, los vamos viendo adquirir nuevas capacidades, en unas épocas en concretro nos sorprendemos muchísimo de cómo cambian casi de un día para otro. Es así, su ritmo, como vamos comprobando, no tiene nada que ver con el nuestro. Se necesita, y es una invitación desde aquí a que lo hagáis, una gran capacidad de adaptación y flexibilidad. ¿La tenemos?, sí, nosotros, adultos, ¿tenemos esa capacidad?



Mucho me temo que no demasiado. En general, aunque entendamos "de coco" que la maduración no es una línea recta que se va siguiendo para ir subiendo poco a poco, actuamos como si lo fuera. Exigimos a nuestros hijos desde nuestro sentir de adultos, desde nuestra forma de ver, y así nos van las cosas, suele haber un desencuentro porque es como hablar en dos lenguajes diferentes. Ellos, los hijos, nuestros niños y niñas, no tienen por qué cambiar el suyo. Nosotros sí que podemos, deberíamos poder al menos, y es nuestra obligación intentarlo.



Veamos diferentes etapas y ejemplos:



- un bebé necesita ser atendido las 24 horas. El cachorro humano nace con un grado de indefención y dependencia extrema. Vive en un mundo de sensaciones y no tiene psique, ya que el neocórtex va a necesitar un año para formarse. Por tanto, es un ser indiferenciado del entorno que va a requerir que la mamá le de presencia. Necesita ese traductor, protector, que es la madre. No tiene sentido hablar de "me tomas el pelo", "quiere aprovecharse" "llora por marraneo...". Ahí va eso para reflexionar, ya profundizaremos en ello, en las implicaciones tan importantes, tan vitales, que tiene para el nuevo ser.



- El niño de 2-3 años vive en un mundo mágico-fenomenístico (ya lo decía Piaget, un clásico de la pedagogía). Sí habla, pero domina más el mundo de las sensaciones. Es un experto en comunicación no verbal. Entiende más un abrazo que un "mamá se va a trabajar para ganar dinero para comprarte cosas". Las ausencias las llevan fatal. El tiempo no lo dominan, no saben qué es un ratito ni tienen todavía capacidad para interiorizar.



- un chico de más edad necesita intimidad, necesita ser reconocido y valorado y tenido en cuenta. Puede disgustarle un excesivo proteccionismo, una excesiva intromisión en su vida. De pequeños la presencia materna-paterna es mucho más requerida, cuando son más mayores quizás prefieran un discreto "estar a su lado", una invitación a ir al mundo desde el "aquí estoy si me necesitas". Y un, sobre todo, "confío en tí".


El crecimiento del ser humano, como dice María Montero-Ríos en su libro "Saltando las olas", es irregular, asincrónico, diferenciado y jerarquizado. Y yo diría más: en ese crecimiento a veces hay un parón o incluso, y es normal,un retroceso.


Maduramos de la cabeza a los pies. No hay más que verlo, mirad al bebé, casi es todo cabeza, que mira, que chupa con precisión, y que poco a poco va integrando las manitas, los pies... Vamos ajustándonos al mundo exterior. Pasamos de un mundo de sensaciones a poder comprender con el intelecto. Así pues, a nosotros, adultos, mamás y papás, nos toca desempolvar nuestro bagaje de sensaciones para poder acercarnos a entender a los hijos. Los razonamientos vendrán luego.